Ahora ve al espacio justo antes de sentir. Todavía no circula en el corazón, pero ya nos está proponiendo algo. Intuir es dirigir, decidir, descubrir. Si fuera un objeto sería una flecha. Si fuera un animal sería un león; o el arranque de un toro.
¿Cuál fue nuestra primera intuición? ¿Acaso nacer no fue un primer impulso porque sabíamos que ahí había un principio? Recuperemos el momento justo antes de nuestro nacimiento, aunque tengamos que imaginarlo porque todavía la consciencia necesita tiempo. Ese instante en el que nuestro cuerpo dijo: «Ya estoy. Vamos allá». Quizá en un primer momento hubo nostalgia, porque en el útero había calor y todo se reducía a una piscina calentita donde pasar los días. El alimento estaba cerca. Pero también eso nos mantenía ignorantes. Así que tomamos una decisión: salimos afuera y empezó el juego.
Es interesante pensar en qué otros momentos hemos decidido salir a apostar. En la vida de los artistas siempre hay un momento en el que se arriesgan a ocupar un lugar, o una dirección. En el caso de Joaquín Sorolla, ese momento podría ser su primer viaje a París en la primavera de 1885. Después de haber estado en Roma gracias a una beca de la Diputación de Valencia, el pintor viajó a la capital francesa invitado por su amigo Pedro Gil Moreno de Mora, empresario que no dudó en apoyar su carrera profesional. Allí visitó distintos museos, y el Salón de los Artistas Franceses. Pero sobre todo comenzó una vida fuera de: más allá de los esquemas pictóricos y vitales que ya conocía.
