Autora: Covadonga Aranda Fernández, 11 años
Paciente del Hospital Clínico San Carlos (Madrid)
Emociones que encontrarás en este cuento: miedo y sorpresa
Los abuelos son seres adorables que te estrujan los cachetes… Y esta es mi historia: Fui a visitar a mis abuelos y encontré a mi abuela durmiendo la siesta (lo normal). ¡Y mi abuelo estaba bailando sin su silla de ruedas! Olía a chamusquina.
—¿Te has fumado un cigarro? Sabes que no se puede.
En la cocina las cosas empezaron a levitar y se abrió una puerta de luz. Mi abuelo desapareció. Tenía miedo de que mis padres se enfadaran por haber perdido a mi abuelo. Escuché un ladrido que salía de la luz.
Pensé que un perro se estaba comiendo a mi abuelo, así que entré a buscarle en la luz.
Entré y encontré al cancerbero ladrando. Necesitaba su ayuda. Necesitaba encontrar al abuelo y sacarlo de allí. Pero el cancerbero salió corriendo y se escondió detrás de un castillo. Fui detrás de él y, después de mucho caminar, le encontré hablando con un señor oscuro. Claramente era Hades, que estaba hablando con el perro sobre unas llaves escondidas. Cuando Hades se fue, se me iluminó la bombilla. Busqué en el bolsillo. ¡Las chuches de mi propio perro! ¡Se las di y se las comió como si fuera un caniche!
Se había hecho mi amigo y me dio la llave que tenía debajo de la lengua. En ese momento apareció Hades agarrando a mi abuelo como a un rehén y dijo:
—¡La llave de tu abuelo!
Pero el cancerbero decidió atacarle. Rápidamente corrí hacia mi abuelo y abrí el mismo portal con la llave. Cansados, salimos mi abuelo y yo y aparecimos en la casa llenos de humo que salía del cenicero.
Mi abuelo y yo nos abrazamos y me prometió que nunca volvería a fumar. Después metí la mano en el portal y saqué tres cachorritos que decidí adoptar. Uno se llamaría Can, otro Cer, y otro Bero.
Mi abuelo y yo nos abrazamos y me prometió que nunca volvería a fumar.