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Pequeños Pacientes, Grandes Lectores 4

Esperanza

Autora: María González de los Ríos
Paciente del Hospital 12 de octubre (Madrid)
Emociones que encontrarás en este cuento: alegría, sorpresa, tristeza

Para todos los niños y niñas luchadores, nunca perdáis la esperanza ni la ilusión de vuestras miradas. Recordad que siempre habrá algo más allá. 

Estoy segura de que alguna vez te han contado un cuento sobre hadas. Probablemente pensaste que se trataba sólo de una simple invención de los adultos para hacerte creer en la magia. Pues estás muy equivocado, estás muy equivocada. Pero comencemos desde el inicio. Como todos los cuentos, ¿no?

Érase una vez un pueblo muy lejano llamado Starrybun, un lugar en el que la ausencia de luz y de color hacía que los vecinos se sintieran tristes y vacíos. Nunca veían el sol aparecer por las montañas, pues eran la luna y las estrellas las únicas dueñas del cielo. Desde pequeños, a los niños les contaban historias acerca de una ciudad en la otra punta del mundo, donde, al contrario, siempre era de día. Se imaginaban cómo sería vivir en un mundo lleno de luz y de color, donde el sol ilumine las calles y haga florecer las plantas. Donde no se necesite luz artificial para poder ver. Pero la mayoría, al ir haciéndose mayores, fueron perdiendo la esperanza, y volviéndose tan oscuros y vacíos como el cielo mismo.

Nunca veían el sol aparecer por las montañas, pues eran la luna y las estrellas las únicas dueñas del cielo.

Sin embargo, un día, a las afueras de Starrybun, ocurrió algo inesperado. Cuando las estrellas lucían más brillantes y la luna se veía más nítida, una lluvia de pequeñas piedritas luminosas invadió el cielo. Algunas de ellas iban cobrando forma, convirtiéndose en las personas más bellas que los habitantes de Starrybun jamás habían visto. Cada una de las personas, tenían a su alrededor un aura de luz, y desprendían felicidad allí por donde pasaban. 

Mira, mamá, son ángeles decía un niño viendo cómo aparecían cada vez más personas.

No, ¡son estrellas! decía otro.

Pero no eran ni ángeles ni estrellas. Una de las piedras, se transformó en una hermosa mujer, de ojos azules y cabello rubio como el oro. Su brillo era más potente que el de los demás, y su ropa parecía estar hecha de luz. 

Hola pueblo de Starrybun. Somos las hadas, y venimos desde muy lejos para traer esperanza y alegría a este mundo tan sombrío. 

Pero, ¿cómo es posible? Las hadas no existen, ¡es mentira! exclamó un chico.

La mujer se limitó a sonreír y a tenderle la mano al joven.

Enfrente de las miradas perplejas de los vecinos de Starrybun, el hada colocó una mano sobre el hombro del chico, y de pronto, todo desapareció.

A veces, cuando nos sentimos muy tristes o apenados, vemos el mundo de una manera más sombría. Estas emociones nos hacen sentir vacíos, solitarios. Pero no nos damos cuenta de que hay vida mucho más allá de la oscuridad y la tristeza. 

Sigo sin entenderlo, y aun no me trago lo de las hadas dijo el chico. 

Lo que quiero decir, es que vuestro pueblo ha perdido la felicidad, y ha sido reemplazada por un sentimiento más lúgubre. No se trata de que nunca amanezca sino de que nunca se cree que amanecerá. Habéis perdido la esperanza. 

El joven se quedó pensando unos instantes y luego miró a la mujer. El resto del pueblo observaba la escena, asombrado. 

¿Me estás diciendo que todo este tiempo hemos tenido la oportunidad de ver el mundo tal y cómo quisiéramos?

Así es. Simplemente no esperabais que fuera posible.

Está bien, pero ¿cómo nos vais a ayudar vosotros? 

La mujer le miró con sus preciosos ojos azules y se acercó a él. Enfrente de las miradas perplejas de los vecinos de Starrybun, el hada colocó una mano sobre el hombro del chico, y de pronto, todo desapareció.  El sonido de una alarma estridente resonó en los oídos del muchacho. 

Oliver, ¡a despertar! exclamó una voz femenina.

Oliver se incorporó. Estaba en su cama, en su cuarto, en su casa. Todo había sido un sueño. Se puso de pie y corrió hacia su escritorio, donde encima, había una piedra que resplandecía. No, no había sido un sueño, o tal vez sí, no estaba seguro. Pero sí sabía que Starrybun había vuelto a recuperar su luz, justo en el momento en el que él entendía que no hay que perder las esperanzas, y siempre hay que luchar por lo que uno ama. 

El joven salió precipitado de la habitación y bajó a la cocina, donde estaba su madre. Para su sorpresa, su hermano Fernando, que había sido diagnosticado con cáncer dos años atrás, y había estado en el hospital durante mucho tiempo, se encontraba sentado en el sillón, justo en el sitio donde él prefería sentarse todos los días. Oliver buscó la mirada de su madre, que le observaba con una amplia sonrisa desde la otra esquina de la sala. Su hermano levantó la cabeza, y al ver a Oliver, corrió hasta él para abrazarle. 

¡Oliver, me has salvado! exclamó, y para el asombro del chico, Fernando tenía una piedra luminosa en la mano ¡Tenías razón! ¡Esta piedra es especial, me ha curado!

Oliver lo recordó todo del día anterior. La excursión a la que fue con sus compañeros de clase, en la que halló dos piedras preciosas y decidió darle una a su hermano cuando fue a visitarle al hospital; los cuentos sobre hadas que le estuvo contando durante horas. Tal vez, después de todo, los cuentos de hadas no sean del todo mentira. 

“Observa más allá del camino y encontrarás la meta. Mira más allá de tus problemas y encontrarás la solución. Siente más allá del dolor y encontrarás la cura”.

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