Autora: Lucía, 13 años
Paciente del Hospital 12 de Octubre (Madrid)
Emociones que encontrarás en este cuento: alegría, amor, tristeza
Cuando se abrió la puerta del coche vi cómo mis nietos salían y venían corriendo a abrazarme.
–¡¡ABUELAAA!! –noté como Maddie se lanzaba a mis brazos.
–Hola, abuela –dijo Nick, mi nieto mayor, de dieciséis años.
–Pero qué mayores estáis –dije mirando lo mucho que habían crecido estos días–. ¡¡Y tú, grandullón, que por tener dieciséis años no te libras de un abrazo de tu abuela!! Ven aquí, anda –dije, refiriéndome a Nick y abrazándolo de manera inesperada.
–Venga, entrad en casa –dije, alentándoles a cruzar el jardín y entrar.
Ya estábamos dentro, sentados en el sofá. Mi hija, Jude, estaba en la habitación hablando por teléfono con su marido Adrik, que tuvo que quedarse en su casa. Maddie estaba observándolo todo, como cada vez que venía, y como haría cualquier niña de siete años al estar rodeada de tantas cosas que desconocía. Nick estaba con el móvil, moviendo los dedos a la velocidad de la luz para contestar los mensajes que le llegaban de él. El silencio que se había formado se rompió cuando Maddie preguntó:
–Abuela, ¿qué es eso que hay ahí arriba? –señalando el tambor que tenía colocado en la estantería.
–¿Eso? Eso es un tambor –. Me miró extrañada y comprendí que no sabía qué era–. Un tambor es un instrumento de percusión, digamos que con él se puede tocar música.
–Mmmmm, ¿percu… qué? –exclamó mientras ponía una mueca de desconcierto– Y, abuela, ¿por qué lo tienes en lo alto de la estantería? ¿Es importante para ti?
Daría toda mi casa y todo lo que había dentro de ella por ese tambor, ¿que si era importante para mí? ¡¡CLARO QUE SÍ!!
–Abuela, ¿qué es eso que hay ahí arriba? –señalando el tambor que tenía colocado en la estantería.
–¿Eso? Eso es un tambor –. Me miró extrañada y comprendí que no sabía qué era
Les contaría la historia de ese tambor para que pudiesen entender mi aprecio hacia él.
–Eyyyyyyyy, abuela, devuélvemelo por favor –sus ojos se dirigieron hasta su móvil en mi mano, que le había quitado tan solo unos instantes antes.
–Mira, os voy a contar una historia, ¿vale? Cuando termine de contarla te devuelvo el móvil –Maddie me miraba encantada; en cambio, Nick me miraba aburrido y con ganas de coger el móvil e irse de aquí.
–¡¡Valeeeeee!! –exclamó Maddie llena de ilusión, con las mejillas coloradas y una sonrisa en su cara.
–La historia empieza así: «Érase una vez, en un país muy lejano, el pueblo de los dioses. Dioses de las plantas, dioses de los animales, del agua, del tiempo, de la lluvia; dioses del amor, de la belleza, de la guerra; dioses que controlaban todo, incluso lo inimaginable. Entre esos dioses se encontraba Marfil, la diosa de la belleza. Era bella como ninguna: labios rosados, pelo liso, largo y color azabache, ojos verdes como dos esmeraldas y piel blanca como el marfil. Todos y cada uno de los seres vivos, mortales o inmortales, caían rendidos a sus pies con tan solo una mirada. Ella sabía el poder que eso le otorgaba, pero nunca lo utilizaba a su favor. Ella no creía en el amor. Tantos hombres y dioses habían intentado estar con ella, que a ella no le interesaba. Que todos y cada uno de los hombres y dioses que habían intentado tenerla solo la quisiesen por su belleza, solo aumentaba sus sospechas de que el amor verdadero no existía, que tan solo existía el deseo. Por eso ella había decidido seguir su vida sin que ningún hombre osase a cambiarla. Todo iba bien hasta que apareció Sebastián, un semidios, hijo de Ares, dios de la guerra, e hijo de Raquel, una simple campesina de la que Ares se había enamorado. Él era un joven apuesto, alto y atlético, de pelo castaño, y ojos color avellana que cuando te miraban te daban escalofríos…”
Ella no creía en el amor. Tantos hombres y dioses habían intentado estar con ella, que a ella no le interesaba
–Aghhh –exclamó Nick poniendo los ojos en blanco–. Ya me sé el final, se enamoran, se casan, viven felices y comen perdices, ¿me devuelves ya el móvil, abuela?
–Nick, por favor, no interrumpas a la abuela –dijo Maddie mirándome con esos ojos color marrón y animándome a continuar con la historia.
–Ay, mi nieto mayor, no vayas de listo y atiende a la historia, anda –soltó un resoplido y continué con la historia–. “Una mañana, Marfil decidió ir al bosque a recoger flores para hacerse un collar y decorar su blanco cuello. Se acercó a un rosal y vio a Sebastián golpeando un árbol; ella se acercó al ver cómo hermosas flores caían del árbol que él golpeaba. Él la miró rápidamente y prosiguió con su entrenamiento. La mirada había sido tan fugaz que a él no le dio tiempo a enamorarse de ella, o al menos eso pensó ella, al darse cuenta que solo le había dirigido una mirada y no se había quedado mirándola como todo hombre habría hecho.
Se convirtió en una rutina. Marfil iba a observar desde lejos cómo Sebastián se entrenaba golpeando el árbol todos los días. Ella empezó a sentir atracción por él, había visto hombres y dioses apuestos, pero ninguno hacía que el corazón le latiera tan rápido como cuando él le dedicaba una de sus fugaces miradas. A Marfil le empezó a gustar todo de él: su pelo castaño, su cuerpo alto y atlético, y por supuesto, esos ojos color avellana que la miraban cuando ella estaba distraída cogiendo las flores que se caían del árbol. Un día, Marfil decidió hablar con sus amigos, y contarles lo que empezaba a sentir por Sebastián. Sabía que sus amigos le darían buenos consejos, ya que sabían del amor. Los primeros que vinieron adonde Marfil les había indicado que viniesen para hablar habían sido Axel, el dios del mar, y Leah, la diosa de la pintura. Ellos le dijeron que intentase hablar con él un día de los muchos que se veían en el bosque. Cuando Luke, dios de la música, y Hasley, diosa del amor, los dos amigos de Marfil, aparecieron, apoyaron la idea de Axel y Leah. Marcus, dios del odio y venganza, que estaba espiando a Marfil y a sus amigos desde un matorral, cuando se enteró de que a Marfil le gustaba otro que no llegaba a ser un dios se enfureció mucho. Él había intentado conquistar a Marfil en muchas ocasiones, pero en todas ellas Marfil le rechazó. Él decidió ignorarlo y seguir con sus intentos de conquistarla y hacerla suya.
Se convirtió en una rutina. Marfil iba a observar desde lejos cómo Sebastián se entrenaba golpeando el árbol todos los días. Empezó a sentir atracción por él
Un día de los que observaba a Sebastián, Marfil cogió todo el valor que tenía y decidió ir a hablar con él. Se acercó y le saludó, como habría hecho a cualquier persona; él posó sus ojos en ella y la contestó al saludo. Al principio Sebastián solo contestaba con monosílabos y eso le molestaba a Marfil, por lo que puso todo su empeño para que él se soltara. Y lo consiguió: no solo se soltó, sino que la ofreció verse al día siguiente en el bosque. Al día siguiente hablaron durante horas, y al siguiente, y al siguiente… Se formó una bonita amistad entre ellos dos, pero los dos sentían por el otro más de lo que se debe sentir en una amistad. Así que…”
–Abuela –me interrumpió Maddie–, ¿qué tiene que ver todo esto con el tambor?
–Shhhh, ya verás, no seas impaciente como tu hermano y espera –seguí con la historia–. ¿Por dónde iba? Ah, ya sé. “Como ellos sentían algo por el otro, en uno de los numerosos días que se quedaban hablando en el bosque Sebastián decidió declarar su amor por Marfil. Le dijo lo mucho que la amaba y lo especial que era para él, y lo más importante, le dijo que se había enamorado de ella por ser ella misma, por su personalidad y por su manera de ser, pero no por su belleza. Ella no pudo dudar de él ya que en sus ojos solo se veía reflejada sinceridad, acompañada de amor. Marfil le correspondió su amor con bonitas palabras que por su significado no eran más que mil maneras de decir «te quiero». Estuvieron toda la noche juntos, expresándose su amor en besos. Sebastián al amanecer, notó como unos ojos le miraban desde las sombras pero se fue a observar a la bella Marfil mientras dormía.
Le dijo lo mucho que la amaba y lo especial que era para él, y lo más importante, le dijo que se había enamorado de ella por ser ella misma, por su personalidad y por su manera de ser, pero no por su belleza
Marcus, que había estado espiándoles todos y cada uno de los días, optó por ir a hablar con su amigo Mathew, dios de la muerte. Le contó todo con detalle a Mathew y juntos idearon un plan que llevarían a cabo días después. Secuestrarían y matarían a Sebastián, y Marcus se llevaría a Marfil a algún lugar donde sería suya y de nadie más, y nadie osaría a tocarla ni mirarla jamás.
Tres días después, Marfil y Sebastián paseaban de la mano por el bosque. Un gran dragón apareció y atrapó a Sebastián con su garra. Marcus apareció y le dijo a Marfil que por fin sería suya. Los ojos esmeraldas de Marfil no paraban de derramar lágrimas que corrían por sus blancas mejillas; ella le suplicaba a Marcus que parase de hacerle daño a Sebastián y él solo la miraba observando como su llanto se hacía cada vez mayor. Él le dijo que la única manera de salvarlo era yéndose con él, pero ella no pensaba dejar que un hombre o dios la hiciese suya sin ni siquiera haber luchado por su libertad. Marfil, con los ojos rojos de tanto llorar, supo que solo había una manera de salvar a Sebastián sin dejar que Marcus la dominase. Cogió el puñal que Marcus llevaba en la mano para matar a Sebastián y se lo clavó a sí misma en el corazón; la sangre empezó a correr por su piel y sus últimas palabras fueron «Sebastián, no me olvides, te amo». Sebastián, al ver cómo el cuerpo sin vida de Marfil reposaba sobre la verde hierba del bosque, pensó que la muerte de su querida Marfil no había sido en vano: él se debía salvar para hacer justicia a Marfil. Agarró su brillante espada y le cortó la pata que le agarraba al dragón, este soltó un grito que toda la aldea escuchó y cayó desangrando tras él haberle clavado la espada en el pecho.
Sebastián, al ver cómo el cuerpo sin vida de Marfil reposaba sobre la verde hierba del bosque, pensó que la muerte de su querida Marfil no había sido en vano
Marcus se vio enfrentado contra Sebastián, que se había estado entrenando por si algún día le surgía una situación como esta. Marcus no pudo articular ninguna palabra antes de que Sebastián cogiese el puñal con el que se había sacrificado Marfil y se lo clavase…”
–¡¡¡NOOOOOOOOOO!!! –exclamó lloriqueando Maddie–. Abuela, ¿por qué tiene que morir Marfil cuando por fin están juntos?
–Porque la vida no siempre es tan bonita como parece– Nick observaba a su hermana divertido por la situación.
–La historia aún no ha acabado, ¿eh, pezqueñines? –miré a mis dos nietos esperando su silencio para poder seguir con la historia–. Vale, ahora que os habéis callado, sigo. “Cuando el alma de Marfil llegó al inframundo, solo podía pensar en una cosa: Sebastián. Marfil era lista como nadie y, tras idear el plan con el que podría comunicarse con Sebastián, se puso manos a la obra. Cogió un trozo de madera y lo talló en una forma cilíndrica, en la parte de arriba le puso la piel de un animal muerto que había y, con la ayuda de un hueso que había, lo golpeó. Salió un sonido nunca antes escuchado. Empezó a golpearlo con un ritmo que sabía que solo él reconocería.
Cuando el alma de Marfil llegó al inframundo, solo podía pensar en una cosa: Sebastián. Marfil era lista como nadie y, tras idear el plan con el que podría comunicarse con Sebastián, se puso manos a la obra
Sebastián, desde la superficie, notó una vibración que venía de abajo del suelo, del inframundo. Intentó escucharlo más detenidamente y de repente todo cobró sentido en él. Era el ritmo los latidos de corazón de Marfil, sabía que era ella, así que intentó imitar el instrumento que acababa de crear Marfil, y tras noches sin dormir y días sin descansar consiguió crear el mismo instrumento que ella había creado abajo. Al principio los golpes eran desacompasados, pero con el tiempo consiguieron comunicarse a través del instrumento que habían creado para acortar su distancia: el tambor.”
De repente todo cobró sentido en él. Era el ritmo los latidos de corazón de Marfil, sabía que era ella
–Qué bonita historia, abuela –dijo Maddie entre lloriqueos–, seguro que Noah también crearía el tambor para comunicarse con Nick.
–¿Noah? –pregunté, confundida.
–Sí, la novia de Nick –puso una de esas sonrisas tan pícaras que ponía y su hermano la empezó a regañar. Como siempre hacían. Se pusieron a discutir entre risas y solo pude sonreír. Me encantaba verlos juntos, aunque fuese discutiendo, eran adorables.
Les había contado la historia del tambor, pero no les había contado que ese mismo tambor que tenía en la estantería fue el que utilizó Sebastián para corresponder los latidos de Marfil. No les había contado que Sebastián se lo pasó a Axel y a Leah y que ellos a sus hijos y después a sus nietos y sucesivamente, y no les había contado lo más importante: que me había llegado a mí porque éramos descendientes del dios del mar y la diosa de la pintura.
FIN