Autora: Valentina, 16 años
Escrito en el Aula Hospitalaria del Hospital Infantil Niño Jesús (Madrid)
Emociones que encontrarás en este cuento: miedo, amor, tristeza
[Una historia sobre el Alzheimer]
Algunos días se quedaba en casa, con la puerta siempre cerrada y todas las ventanas también, excepto una. Se sentaba en su sofá y sostenía el mismo libro entre sus callosas manos. Leía aquellas palabras sobre el papel, como si fuera la primera vez. Se levantaba para comer, y a veces se acostaba a dar la siesta, pero en cuanto se levantaba, regresaba a aquel libro que tanto le estaba gustando. No recordaba cuándo lo había comprado, con quién estaba cuando lo hizo o por qué. Tampoco recordaba haberlo leído, ni siquiera la parte trasera, por lo que cada vez era como la primera.
Otros días salía a pasear, recorriendo las calles de la ciudad sin rumbo fijo, observando escaparates, fijándose en los colores de las hojas en los árboles y buscando un kiosko para comprar el periódico.
Escuchaba las voces de personas que también paseaban, y más de una vez creyó reconocer alguna, pero al volverse y confirmar que no veía ninguna cara familiar, continuaba su camino. Inconscientemente, cada día llegaba a la misma cafetería. Se sentaba en la misma mesa y pedía el mismo café.
Otros días salía a pasear, recorriendo las calles de la ciudad sin rumbo fijo, observando escaparates, fijándose en los colores de las hojas en los árboles
Porque aquella enfermedad que se extendía por casi todo su cerebro podría haberle robado sus recuerdos; el nombre de su hija, el título de su libro favorito y la primera vez que vio el mar. Pero nunca le quitaría ese momento, ese segundo de lucidez en el que se sentaba en la plaza a tomar su café, como cada día que salía, aunque no lo supiera, y observaba a los niños correr y jugar, divertirse sin una preocupación en el mundo.
No, no le traía recuerdos, pero sí le devolvía esa calidez al corazón, ese sentimiento de juventud, esa sonrisa a la cara y esas lágrimas a los ojos, como aquella primera vez que se sentó en esa cafetería y pidió un café con leche, mientras veía a su hija corretear por la plaza.
Porque aquella enfermedad que se extendía por casi todo su cerebro podría haberle robado sus recuerdos; el nombre de su hija, el título de su libro favorito y la primera vez que vio el mar.
Horas más tarde, ya en su cama, se despierta de pronto con angustia. Cierra los ojos y se concentra. Corriendo a toda velocidad por el templo de su mente, recorriendo interminables pasillos repletos de recuerdos y sentimientos, sensaciones que tal vez nunca experimentará de nuevo, persigue su objetivo sin detenerse. Sus pulmones arden, y va tan rápido que sus pies prácticamente ni tocan el suelo, simplemente lo rozan. Un pie delante del otro: izquierdo, derecho, izquierdo, derecho.
¡No olvides respirar!
Pero sigue corriendo, la desesperación tomando control de su mente, como un virus, extendiéndose y consumiendo todo a su paso.
¡No vayas demasiado lejos, o no podrás regresar!
Pero haciendo caso omiso a estas palabras, solo pudiendo pensar en su objetivo, sigue corriendo, adentrándose más y más hacia el corazón de todo, el corazón de su mente.
¡Detente! ¿No ves que estás demasiado lejos? ¡No podrás regresar si sigues por ese camino!
Sus pulmones arden, y va tan rápido que sus pies prácticamente ni tocan el suelo, simplemente lo rozan. Un pie delante del otro: izquierdo, derecho, izquierdo, derecho.
Pero no puede pensar, su mente está cegada por el anhelo, y sigue corriendo, por pasillos repletos de estanterías a las cuales no presta ninguna atención.
¿No ves lo que tienes ante ti? ¿No ves lo que estás a punto de perder?
Pero es inútil, ya no tiene control sobre su propio cuerpo, la desesperación ya está extendida por todo su sistema, y solo puede dejarse llevar por sus pies, que van cada vez más rápido. Sus ojos, ahora llenos de lágrimas, miran hacia los lados, de pronto percatándose de sus alrededores, de la existencia del lugar en el que está. Pero no puede detenerse, algo le sigue empujando y llevando hacia el caótico centro de su mente.
Y de esa manera, con los ojos derramando lágrimas, el sudor y los escalofríos cubriendo todo su cuerpo, sus pulmones ardiendo y el frenético sonido de los latidos de su pobre y marchito corazón en sus oídos, se adentra una vez más en el abismo del olvido, sabiendo que esta podría ser la última.